RELATOS DE VIAJE

El Penal Castro Castro

En el penal de máxima seguridad del Perú, junto a mi grupo de teatro «Teatro del ritmo» tuvimos una de las experiencias mas intensas de nuestras vidas.

El sonido de la alarma  marcó esa despedida precipitada, cuando tuvimos que salir corriendo del Penal Castro Castro, rebozantes de lágrimas, agradecimientos y abrazos de los presos del pabellón de presos políticos.

Estábamos en la ciudad de Lima, Perú, con el elenco del grupo Teatro del Ritmo. Eramos ocho actrices y el director, habíamos viajado para participar de la Fiteca, Fiesta Internacional de Teatro en Calles Abiertas, festival popular de teatro organizado de manera autogestionada por los vecinos y vecinas del barrio de Comas. La obra que llevábamos se llamaba Kakumbe, era una producción que, a través de la música, la danza y el teatro, mostraba y denunciaba la historia y consecuencias de la esclavitud africana en América latina. En una de sus escenas mostrábamos la situación y tormentos de las presas políticas en Latinoamérica. Esa escena podía transcurrir en cualquier pabellón de cualquier penal latinoamericano. Mostrábamos la desesperación de la reclusión, la injusticia, las estrategias de resistencia. La obra toda nos interpelaba, nos sacaba lo mas profundo que teníamos para decir.

Grande fue nuestra sorpresa y dicha al avisarnos el director que había gestionado una función de Kakumbe en el pabellón de presos políticos del Penal Castro Castro, que quedaba del otro lado del cerro, mirando desde las polvorientas y áridas montañas de Comas.

El Penal Castro Castro es el Penal de máxima seguridad del Perú, y uno de las cárceles mas controladas de Latinoamérica, pero ese día no lo sabíamos, nosotras queríamos actuar para ellos.

Escena de la obra Kalumbe

Arrancamos esa mañana en una traffic junto a algunos otros compañeros del festival. Al llegar al penal empezaron las extravagancias…primero nos enteramos de que las mujeres no podíamos ingresar con pantalones, y para obligarnos a adecuarnos a la norma, en la vereda de la entrada había unos puestitos donde oportunamente se alquilaban polleras. Así fue que cada una alquiló una pollera, nos cambiamos y así seguimos.

Luego de unos metros, al pasar la primer puerta, nos hicieron mostrar sobre una gran mesa todos los elementos de la obra, vestuario, instrumentos, fue un gran trabajo porque llevábamos muchísimas cosas, pero pasamos.

Luego de ese chequeo, el siguiente era la revisación personal. Cada una de nosotras tuvo que pasar sola a una habitación en la que dos mujeres policías nos revisaron meticulosamente, muy meticulosamente. Fue tanta la invasión física a la que no estábamos acostumbradas que una de las compañeras, se sintió vulnerada y lloraba.

Después de ese segundo chequeo ya podíamos seguir adelante, nos pusieron un sello negro en el brazo derecho indicando que ya estábamos revisadas. Fuimos a hacer la cola general de las visitas, esa cola era para los dos pabellones, el de presos políticos y el de presos comunes. Mientras hacíamos la cola, alcé la vista y pude ver cómo se elevaban las paredes gigantes del Penal Castro Castro, repletas de pequeñas ventanas desde donde se asomaban los presos comunes, posiblemente intentando divisar a quienes estábamos por ingresar en el horario de visitas. Recuerdo sus cuerpos resignados, a través de las rejas de las ventanas, sacando los brazos, las cabezas por entre los barrotes. Y también recuerdo que todos tenían sus pieles oscuras.

Llegó un momento de la fila en la que nos dividían entre las visitas a los dos pabellones y nos ponían otro sello para diferenciarnos. El sello de la fila de visitas a los presos políticos era el dibujo de una bruja de color rojo, y nos lo pusieron en el brazo izquierdo. En la misma fila que nosotras había una chica linda, maquillada y arreglada, me puse a charlar con ella preguntándole si tenía algún familiar o ser querido preso político, pero no sabía demasiado sobre las diferencias entre pabellones, ni que esa era la fila para visitar a los presos políticos. Me comentó muy discretamente que estaba allí porque la habían llamado.

Al ingresar al interior del Penal, y tras algunos pasillos y oficinas, entramos a un patio muy grande de cemento. En ese patio estaban armadas unas carpas estructurales y debajo de ellas largos bancos de madera. Allí nos recibieron ellos, los presos políticos del Penal Castro Castro. Intelectuales, militantes, delegados de sindicatos, artistas…múltiples formas de lucha reflejadas en la reclusión de las ideas.

Escenas de Kalumbe

Cada una de nosotras se sentó una hora a conversar con un preso político. Recuerdo vívidamente la cara del hombre con quien conversé, de rasgos nativos, piel morena y rostro delgado. Fue una hora maravillosa durante la cual me sumergí en esa especie de entrevista informal e improvizada en la que me relataba apasionadamente sobre sus luchas, su historia, sus convicciones, su orgullo. Le pregunté si se arrepentía, me dijo que ningún día de los que había estado preso se había arrepentido de su militancia. Febrilmente me contaba que estaba preso desde hacía catorce años, cuando era delegado del sindicato en su trabajo. Me relató también como era la realidad del día a día en ese penal, con calabozos que en un principio eran poco mas grandes que un ataúd, y sin posibilidades de hacer nada que les recuerde que eran seres humanos. Con el tiempo, me contaba, fueron luchando dentro del penal y fuera también sus familiares, para que mejoraran sus condiciones de reclusión, y así, con esa lucha incesante, lograron tener espacios para hacer deportes, televisores, talleres de arte y oficios, biblioteca, y otras mejoras que volvieron mas digna, si le cabe esa palabra, la vida en el penal.

Me mostró el taller de cerámica donde elaboraban piezas hermosas, y me regaló una taza bellísima con relieve en la cual, pintado a mano podía verse el paisaje del Machu Pichu.

Luego de ese maravilloso intercambio, llegó el momento del almuerzo, junto a los presos y sus familias. Ahí pude conocer a la compañera de vida de mi interlocutor, una hermosa mujer con grandes ojos verdes, que recuerdo estaba muy contenta por todo lo que estaba ocurriendo, nuestra visita, el almuerzo compartido, ver a su compañero, imagino. Y mientras la miraba pensaba cuán difícil debía ser esperar tanto, soportar tanto…

Ese era un día sumamente especial para todos esos militantes, era 5 de mayo,  el aniversario de nacimiento de Karl Marx, y habían organizado un acto formal para celebrarlo. Así fue que luego de almorzar organizaron el espacio para el acto: un atril donde un presentador conducía, detrás del atril los militantes formados cuan ejército, y las visitas sentadas en los bancos frente a ellos, acomodados como en una Iglesia. Parecía un altar revolucionario.

Recuerdo mi piel erizada y mis lágrimas brotando incontenibles cuando escuchamos a todos esos hombres, privados de su libertad desde hacía muchos años, debido a su lucha, a sus convicciones, cantar La Internacional a viva voz, formados, con la frente en alto y con la mano en el corazón.

Luego del emotivo acto, lo siguiente fue nuestra actuación. Fuimos a prepararnos, ellos estaban sentados en sillas ordenadas alrededor del improvisado escenario, que era cuadrado para que nos miren de todos los frentes. Nunca una función tuvo tanto sentido, nunca antes ni después representamos la escena de la cárcel con tanto respeto. Ellos nos miraban embelesados, reían, se emocionaban, durante esos cuarenta minutos de obra percibimos tanta atención, tanto cariño.

Función de la obra Kakumbe en la Universidad Mayor de San Marcos, Lima, Perú.

Apenas terminó la obra, solo alcanzamos a escuchar unos pocos segundos de aplausos de esos luchadores y sus familias, ya que el sonido abrumador e inesperado de la sirena nos indicaba que debíamos partir, en ese mismo instante.

Salimos corriendo con el vestuario puesto, juntando como podíamos los instrumentos y elementos, atravesamos ese patio enorme mientras ellos formaban una fila en el pasillo de la salida para despedirnos, queríamos abrazarnos, pero una vez más, la autoridad no los dejaba ser.

Recuerdo sus rostros morenos emocionados y contentos, bañados de lágrimas, diciéndonos “gracias”, intentando darnos un beso, un abrazo. Yo alcance a despedirme de dos o tres, pero los policías y la sirena ensordecedora no nos dejaban detenernos.  

Salimos casi corriendo del Penal Castro Castro, ese lugar donde la vida nos dio esa tremenda oportunidad.

Escenas de Kalumbe.

La internacional

Arriba los pobres del mundo

de pie los esclavos sin pan

y gritemos todos unidos

viva la internacional.

Removamos todas las ramas

que impiden nuestro bien

cambiemos el mundo de fase

un viento al imperio burgués.

Agrupémonos todos

en la lucha final

y se alcen los pueblos

por la internacional.

El día que el triunfo alcancemos

ni esclavos ni hambrientos habrá

la tierra será el paraíso

de toda la humanidad

Que la tierra dé todos sus frutos

y la dicha en nuestro hogar

el trabajo será el sostén que a todos

de la abundancia hará gozar.

Agrupémonos todos

en la lucha final

y se alcen los pueblos

por la internacional.

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